11.5.09

Ja-ja-ja. Perdón. Esto que voy a contar es serio.

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Ja-ja-ja. Perdón. Esto que voy a contar es serio.
En el escritorio donde tengo la pc, es decir,
donde ahora mismo estoy escribiendo, están en fila
apilados uno a otro, los libros que
hace tiempo he leído. Hago una pasada por sus títulos
con la mirada atenta, los cinco sentidos puestos,
y pienso rápido que hay lecturas
de las que he olvidado todo. Bueno, casi todo.
Lo que pasa, Martini, es que algo siempre queda
es lo que me dicta, en el recuerdo, la voz de Alguien.
Ese Alguien fue la única mujer
por quien dejé que el rumbo de mi vida
encallara en una balsa muy precaria
sometida a los vaivenes de lo más profundo
en un mar desconocido. Pero fue hace años.
Yo era el protagonista en la trama de un cuento
donde la voz del narrador era directa y dura. Fría.
Me habían condenado por un delito menor
uno de esos que se cumplen sin ir preso
y fue así que me guardé yo mismo
en el cuarto del fondo
de un casa muerta. Noche y día me pasaba ahí
sentado en un rincón amanecido
leyendo y releyendo historias
imaginando la vida de esos mundos.
Lo cierto es que un buen día conocí a Sol. Fue
un sábado como cualquiera, diferente.
Soñé que llegaba a un bosque, lleno de acacias
y pinos gigantes, del tamaño de los extraterrestres
(porque el sueño ocurría en otro planeta. Creo
que se llamaba Tork o Gorg... o algo así).
Yo estaba parado en lo más alto de una loma
miraba a lo lejos el corazón del Valle
y de la nada apareció ella. Estaba
frente a mí, me miraba fijo. Me hacés acordar
a Alguien, le dije, parecés abatida.
Le pregunté su nombre, y al decírmelo
ya no estaba ahí. Y nunca más pasó. Traté de soñarla
otra vez, pero no. Huía antes de aparecer.
Se deshacía entre mis sueños, como una obra frágil
de arena, arrasada por el viento. Y era una desilusión
despertar. Volver al día y a la noche
en el mismo rincón. Al mismo lugar,
amanecido. Una y otra vez pensando
en la vida de esas otras vidas
fuera de mí. En los personajes de los cuentos.
En los planetas. En los libros.

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