30.4.09

Vidrios rotos

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Una de las cosas que desesperan a Marcos es no saber cómo sucedieron los hechos. La última vez que lo vi, caminaba por la Vélez Sársfield a la altura del teatro en dirección al Patio Olmos. Yo esperaba el colectivo en la vereda del frente y él no advirtió que lo miraba. Esa misma noche, Nico llegó de sorpresa a mi casa y me confesó la verdad de todo.

Apenas le abrí la puerta me di cuenta que algo se escapaba de lo común. Nico tenía las manos en los bolsillos de su campera, cubría su pelada con la capucha y al respirar su nariz largaba un vapor que no tardaba en desaparecer. Sus ojos estaban colorados. Al verlo ahí lo saludé con sorpresa y lo invité a pasar. Se quedó callado y entró. Vestía el mismo jean y zapatillas con los que iba al trabajo.

Le pregunté si estaba todo bien, y en ese momento me di cuenta que una pregunta así no tiene sentido, que nunca rompe ningún hielo y que sin embargo, casi por reflejo, la mayoría contesta con otro “todo bien”. Pero ese no fue el caso de Nico. Sin mirarme me dijo que no sabía, que mejor compráramos una cerveza porque era largo de explicar.

Salimos con dos envases rogando encontrar abierto el almacén. Mientras caminábamos él seguía callado, como pensando en otra cosa a la cual yo no tenía intenciones de invadir. De todas maneras a mitad de cuadra traté de cortar el silencio y le conté lo que dicen los vecinos acerca de la dueña del negocio al que estábamos yendo. Se llama Olga y ve el aura de las personas, le dije, y es más, hay algunos que aseguran que a ella se le aparece la Virgen. Nico sólo me miró y no dijo nada. Llegamos al lugar, estaba abierto, pero él no quiso entrar.

Salí del negocio y le di una de las cervezas. Estaban heladas. Qué te dijo Olga, me preguntó. Nada, le dije, sólo si ya me adapté al barrio y si me gusta. ¿Y no te dijo nada de tu aura? No, nada, insistí.

Al entrar a casa destapamos la primera. Puse a girar el cd de Miles Davis que me regaló en mi cumpleaños y nos sentamos en el living. Parecía un poco más calmado. En un instante pensé que se había convertido en una de esas personas que necesitan todo el tiempo estar acompañados para no pensar en sí mismo. Había leído algo de eso en una revista. No obstante, por momentos un leve temblor en su cuerpo le recordaba que por dentro tenía algo escondido. Y le hincaba.

Llevaba pocos días viviendo en casa y hasta ese momento no había tenido visitas. En el comedor todavía quedaban algunas cajas embaladas y las paredes estaban nuevas. En realidad, antes de llenar los espacios con mis cosas, pretendí armonizarme con la energía del lugar. Y en todo caso, ni siquiera me había hecho un tiempo para clavar, aunque sea, el cuadro de Los Beatles. Nada de eso llamó la atención de Nico. Seguía raro, sin hablar demasiado. Su tono era casi cortante. Frente a todo lo que le hablaba, contestaba con algún balbuceo o sólo levantando sus cejas o tirando un monosílabo. Yo no quería presionarlo, así que hacía como que todo andaba normal.

Le conté que esa tarde, mientras esperaba el colectivo, lo había visto a Marcos. Que no lo veía prácticamente desde que nos graduamos. También, que me había enterado de que estaba casado con María, lo cual me llamaba mucho la atención porque, en la universidad, del último que hubiera imaginado que una chica como ella se fijara, es en él. Pero no quise ahondar en ese tema porque siempre intuí que Nico estaba tras ella y que ella también lo buscaba, aunque nunca tuvieron el valor para hacer algo.

Nico nunca terminó la carrera. Con el único que siguió teniendo contacto es conmigo. En la época en que cursábamos salía poco, aunque eso no impidió que entablemos una buena amistad. Se la pasaba estudiando para rendir y sacarse las materias. Todo iba bien hasta que sus padres perdieron el negocio y tuvo que salir a trabajar. Fue ahí que se alejó de a poco.

Con Marcos y María nos recibimos. Eso nos marcó. Podría decirse que la fiesta de egreso fue, para el repertorio de nuestra amistad, la última canción, la despedida oficial. El tiempo se encargó de que dividir nuestros mundos. Y eso me parece bien. Es sano que nada dure para siempre. Es como vivir muchas vidas.

Las cervezas se acabaron y no daba como para salir a buscar más. Le ofrecí café y aceptó. Le pregunté si al otro día trabajaba. No, estoy de franco, dijo. Fue ahí que lo invité a que se quede a dormir en el sillón si quería. Le mencioné que no podía acostarme tan tarde porque al otro día tenía mucho por hacer. Él me dijo que no había problemas y me agradeció.

Cuando me acosté me sentía muy cansado. Apagué la luz del velador y me dormí.

A las cinco de la mañana sentí un ruido, como una explosión y vidrios rotos. Provenía del comedor. Me desperté asustado y tardé en acordarme de que Nico se había quedado en casa. No prendí la luz. Me quedé sentado en la cama como esperando que algo más sucediera. Pero no pasó nada. Salí como estaba, en calzoncillos y a oscuras, hasta la puerta de la habitación. Escuché un susurro. Me acerqué un poco más y advertí la luz prendida de la cocina. A medida que me acercaba era más intenso. Nico estaba sentado en el piso. Cuando me escuchó llegar levantó su cabeza. Me quedé mirándolo. Se trata de María, me dijo.
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