Al costado de la ruta hay una casa
Ventanas
que se abren, que son ventanas
donde
el paisaje se detiene
con
el paso del tiempo.
Hacia
el horizonte
el
viento empuja los pastizales
se
recuestan en su lado débil
pero
no llegan a caer.
La
sombra que baja de las nubes
tapa
la mitad del campo extendido
aunque
de a poco, al fin
la
tarde se abre nueva y despejada.
Sobre
esa astronomía
se
escucha, sola, todavía,
la
caricia última del mundo:
un
gran golpe en el silencio de los gritos,
un
silbido interminable y en diley.
Tiembla
Hay
imágenes que en ella
pasan
rasantes. La impactan.
Su
cuerpo tiene la temperatura
de
una piedra al sol. Una piedra
al
costado del río, llegada ahí
por
voluntad de la creciente.
Otras
noches
es
un caballo de carrera
que
ruge
sobre
la recta final.
Pero
la recta es ahora
una
línea transparente
entre
el sueño y la vigilia,
y
en el sueño la llegada es eso
que
no alcanza a distinguir.
No
distingue si está despierta
o
está dormida. No distingue
las
caricias de los golpes
en
la superficie de su piel.
No
distingue si está desnuda
o
está vestida, corriendo
por
un campo verde
sin
saber quién es.
Una mañana sigue
a otra después de madurar en oscuridad y noche
y eso mismo pasa hoy viernes veintitrés de enero a las
seis en punto
Afuera,
Afuera,
los minutos van menguando la luz del alumbrado público
y el cielo parece
querer aplastarse en la tierra.
La lluvia cae
sobre cada rincón del campo
donde el verano ya no es
de este pueblo.
Pero llegará después
el día en que el viento
se disuelva con su temporal
en algo más definitivo.
Mientras tanto, adentro,
cuerpos horizontales se desparraman
boca arriba o boca abajo
y la casa respira el sueño
de cada uno de los que duermen.
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los tres poemas fueron publicados en el libro Habitar el Grito, en el año 2012.