4.5.10

No todo tiene título

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Digo, me gusta pensar, las cosas pasan por nada. Salgo de mi casa y encaro, por la esquina de siempre, la misma avenida que corta en dos al pueblo con su filo de personas y autos. Me cruzo con alguien que saluda pero no lo escucho. Tengo en el bolsillo tres monedas de diez y juego con ellas, las paso de a una, una encima de otra. Me va bien en el laburo, pienso. Menos mal me abrigué, el frío se está enojando con todos. El frío es el tema recurrente por las mañanas, casi protocolo: hola qué tal cómo va, qué helado está afuera no se aguanta. Aunque la verdad, me irrita un poco levantarme dormido, bañarme dormido, salir a la calle dormido. Pero es distinto una vez ahí, desde la puerta, con el aire bajo cero limpiándome la cara. Nada como eso. Caminar hasta la oficina tratando de llegar a horario saludar a todos prender la compu, entrar al sistema. Dejo mi especie de submundo en casa, y lo compenso con esta otra cosa. En el camino me acuerdo del poema inconcluso, le doy vuelta las palabras y en el cálculo suena mejor, es buena vibra, energía extra para el desayuno moral. Hoy no sé si sale el sol o llueve, no importa. Mi familia me dejó un mensaje en el contestador y anoche lo volví a escuchar. Tendría que llamarlos, yo no sé. Paso por las vidrieras abriéndose; en los cafés la gente lee noticias o ve el noticiero en la tele. Paso por los puestos de diarios, alguien transpirado con ropa de gimnasia se acerca y compra uno. Llego a las últimas dos cuadras. Aquí me gusta ver a los perros de la plaza, desperezándose, empezando a dejarse llevar por qué instintos, vagabundear por los lugares adonde nos cruzamos. Pegan un brinco y se acercan. Los miro de pasada, les pregunto cómo andan. Mueven la cola. Me seguirán hasta el trabajo. Y les voy hablando de mí.
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